Es por todos sabido que dormir un mínimo de 7-8 horas diarias es necesario para conservar una buena forma física, un buen estado emocional y una salud mental adecuadas.
Sin embargo, la teoría aplicada a la práctica es algo utópico en pleno siglo XXI. Las nuevas generaciones cada día duermen menos, bajando del promedio de 7 horas, lo cual en un tiempo prolongado puede suponer alteraciones del sistema digestivo, problemas en el corazón, hipertensión y pérdida de memoria, entre otros.
Dormir las 7 horas mínimas es, según la OMS, necesario para alcanzar las 4 fases del sueño y la fase de movimientos oculares rápidos (REM). Dichas fases del sueño colaboran en la adquisición de energía, ayudan a retener la información a largo plazo, libera hormonas sexuales y mejora la respuesta inmunológica.
De no dormir lo suficiente, se pueden derivar problemas de a diario como errores en la toma de decisiones. Además, se ha visto que la gente es propensa a un consumo mayor de sustancias estupefacientes y pastillas médicas para compensar los efectos de la falta de sueño.
Por otro lado, en los casos más extremos de pasar noches en vela, el cuerpo deja de metabolizar correctamente la glucosa y comienzan los fallos en el sistema inmunológico. A los 3-4 días, las personas comienzan a sufrir de alucinaciones. Tras más de una semana, el organismo puede comenzar a fallar, pudiendo provocar la muerte, aunque esto no sea nada común.
El récord lo ostenta Randy Gardner, en 1964, con 11 días sin dormir y sin estimulantes más allá de Coca-Cola de forma regular. Los efectos fueron importantes. Randy experimentó todos lo problemas mencionados anteriormente, incluyendo dificultad para hablar, falta de expresión, tonos monótonos en el habla, etc. Tras volver a dormir, el tiempo que pasó despierto repercutió en su gusto, olfato, oído y mente. Sentía nauseas al oler comidas comunes, sufrió pérdida de audición y en ocasiones sufría de micro sueños. Tras varios días arrastrando dichos problemas, lo llevaron a un hospital para monitorizar sus ondas cerebrales y, con el tiempo, recuperó sus capacidades comunes.
Los padres de Randy, sin embargo, se sintieron muy preocupados, ya que pensaron que tantos días sin dormir supondría la muerte de su hijo. Fue cuestión de suerte que no fuera así.
Casos como este deberían servir para valorar más el arte de saber dormir y concienciarnos que las horas de sueño son importantes, al igual que la calidad de este, para un desempeño normal en nuestra salud y vida cotidiana.